Ninguna acción del hombre determina en forma tan radical, sanguinaria y atroz la negación de la convivencia entre los ciudadanos, la tolerancia, la diferencia, el derecho a la libre expresión, como lo hace la guerra. Ella que es la exacerbación más violenta del pensamiento, impide en forma siempre definitiva la construcción de un lenguaje dialogante entre las personas como presupuesto básico para la realización de una paz sustentable y duradera; pero ha involucrado además de quienes por antonomasia son sus actores, fenómenos como el desplazamiento, las fosas comunes, las minas antipersonales, los niños en la guerra, el secuestro; como antivalores agregados a la degradación del conflicto, siendo incorporados por una sociedad indolente a su impasible vida rutinaria.